Si alguna vez te has preguntado qué es la yerba mate (o hierba mate, como también se le conoce), estás en el lugar indicado. Vamos a sumergirnos en el fascinante mundo de esta bebida que ha conquistado corazones en Sudamérica y en el mundo.
Origen y naturaleza de la yerba mate

Proviene de un árbol de hoja perenne llamado Ilex paraguariensis, una especie nativa de la región subtropical de América del Sur. Crece principalmente en Argentina, Paraguay y Brasil, donde el clima cálido y húmedo permite que sus hojas desarrollen un perfil de sabor y aroma únicos.
Lo que muchos desconocen es que, en su estado natural, este árbol puede alcanzar hasta 15 metros de altura. Sin embargo, en las plantaciones comerciales, se poda estratégicamente para mantenerlo en un tamaño más manejable (3-6 metros), lo que facilita la cosecha de sus hojas.
Otro dato interesante es que la planta de yerba mate no produce semillas fértiles de manera constante. Para su cultivo, muchas veces es necesario reproducirla mediante esquejes o injertos, lo que ha hecho que su producción dependa en gran parte del conocimiento artesanal de los productores.
Un legado indígena con siglos de historia
Los guaraníes, una de las culturas indígenas más influyentes de Sudamérica, fueron los primeros en descubrir las propiedades de la yerba mate. No solo bebían su infusión, sino que también masticaban sus hojas frescas, lo que les proporcionaba energía en largas travesías por la selva.
Más allá de su consumo, el mate tenía un profundo significado en la cultura guaraní. Era una planta sagrada utilizada en rituales, ofrendas y ceremonias de sanación. Se creía que compartir mate sellaba lazos de hermandad y que su espíritu traía protección a quienes lo bebían.
Según algunas leyendas, la yerba mate fue un regalo de los dioses a los guaraníes para darles resistencia y sabiduría. De hecho, el nombre «mate» proviene del término quechua «mati», que se refiere al recipiente donde se bebe la infusión.
La llegada del mate al mundo occidental
Cuando los conquistadores españoles llegaron a Sudamérica en el siglo XVI, quedaron sorprendidos al ver que los guaraníes consumían una bebida de hojas secas en infusión. Aunque al principio la consideraron una «costumbre pagana», no tardaron en notar sus efectos estimulantes y su importancia en la cultura local.
Fueron los misioneros jesuitas quienes expandieron el cultivo de yerba mate. A diferencia de los indígenas, que recolectaban la planta de manera silvestre, los jesuitas desarrollaron técnicas agrícolas para su plantación y cosecha controlada, lo que permitió su comercialización a mayor escala.
Curiosamente, durante siglos, Paraguay fue el mayor productor de yerba mate del mundo. Sin embargo, tras la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), su industria quedó devastada, y Argentina y Brasil asumieron el liderazgo en la producción.
Proceso de cosecha y elaboración: un arte en sí mismo
La yerba mate no es simplemente un «té verde» sudamericano. Su proceso de elaboración es único y artesanal, transmitido de generación en generación.
- Cosecha: Se recolectan las hojas y ramas jóvenes, generalmente de abril a septiembre.
- Sapecado: En esta etapa, las hojas se exponen a un calor intenso durante unos segundos para detener su fermentación natural.
- Secado: Se eliminan los restos de humedad mediante grandes hornos o fogones llamados «barbacuás». Este método tradicional aporta un ligero sabor ahumado.
- Estacionamiento: La yerba se almacena en bolsas de arpillera durante 6 a 24 meses para que desarrolle su aroma y sabor característico.
- Molienda y mezclado: Finalmente, se procesa en distintos tamaños y se combinan hojas, palo y polvo según el tipo de yerba deseado.
Algo que muchos no saben es que algunas yerbas industriales aceleran el proceso de estacionamiento mediante cámaras de temperatura y humedad controladas. Sin embargo, las yerbas tradicionales siguen apostando por el envejecimiento natural, que da un sabor más equilibrado y suave.
El mate en el mundo moderno
Aunque el mate es una bebida profundamente arraigada en Sudamérica, su popularidad ha ido creciendo a nivel mundial. Hoy en día, países como Estados Unidos, España y Alemania han adoptado el mate, no solo por sus propiedades estimulantes, sino también por su conexión con la cultura y tradición.
Marcas internacionales han lanzado versiones enlatadas, mezclas con hierbas y hasta cápsulas de yerba mate para máquinas de café. Sin embargo, para los verdaderos materos, nada se compara con el ritual de preparar y compartir un mate tradicional.
Preguntas que todo matero se hace
Sí, aunque en menor cantidad que otros minerales. El zinc es importante para el sistema inmunológico y la cicatrización de heridas.
Contiene principalmente vitaminas del grupo B (B1, B2, B3, B5, B6 y B9), esenciales para la producción de energía y el buen funcionamiento del sistema nervioso.
La yerba mate no contiene azúcar naturalmente. Si quieres evitar el azúcar en tu mate, elige una yerba sin agregados y evita endulzarlo con azúcar refinada.
Además de «yerba mate», en algunos lugares se la conoce como «hierba mate». Su nombre científico es Ilex paraguariensis. En guaraní, la lengua de los pueblos originarios que la descubrieron, se la llamaba «ka’á». También puede encontrarse como «té de los jesuitas» o «oro verde».
Si se almacena en un lugar seco, fresco y alejado de la luz, la yerba mate puede durar hasta dos años sin perder demasiada calidad. Sin embargo, con el tiempo su sabor y aroma pueden debilitarse, por lo que se recomienda consumirla dentro del primer año.
Sí, con el tiempo la yerba mate pierde sus propiedades aromáticas y su sabor se vuelve más suave. Aunque no se pone en mal estado rápidamente, su frescura disminuye. Las yerbas estacionadas de manera natural pueden mejorar su calidad en los primeros meses de almacenamiento.
La yerba mate no se echa a perder de forma peligrosa, pero al pasar su fecha de vencimiento puede perder sabor y aroma. Si estuvo expuesta a la humedad, puede desarrollar hongos o un olor rancio, en cuyo caso es recomendable no consumirla.
Si la yerba mate está en hojas sueltas y se almacena bien, puede durar entre uno y dos años. Sin embargo, si no se protege de la humedad y la luz, puede deteriorarse más rápido y perder su aroma característico.